La pintura, como la vida, se mueve entre el espacio y el tiempo.
Mi trabajo comienza en el espacio que habita en el interior del cuerpo, en la figura humana. Después, mis pasos me han llevado hacia el mundo natural, ese paisaje que compartimos con todo lo que vive. Ahora camino hacia lo efímero, intentando comprender aquello que cambia y se desvanece, a través del arte.
Mi proceso es un diálogo constante entre opuestos: la quietud de la naturaleza y el ser humano en transformación. El equilibrio entre ambos es el corazón de mi obra.
En mis pinturas habitan la naturaleza, las miradas silenciosas, la mujer, el hombre, la pareja, los vínculos que completan, la emoción que se esconde dentro, la metamorfosis y la unión con el mundo. Cada pieza es un entramado de capas: de color, de sentido y de preguntas. Es el nexo entre la realidad que percibo y la intuición interior. Una poética de lo inexplicable, donde las formas sugieren más de lo que revelan.